Cuando quiero reseñar estos clásicos me encuentro con un
problema: o lo he leído adaptado para jóvenes en aquellos clásicos de Bruguera,
o he visto alguna adaptación cinematográfica. Y en este caso se trata de lo
último, y por partida doble. No he podido dejar a un lado la película de 1960,
con lo que toda la lectura la he realizado a través de los ojos de Rod Taylor.
Es curioso que, después de tantos años, recuerde más esta versión que la más
moderna de 2002, tal vez por la impresión que dejó en mí aquella película
cuando era pequeña. Sabía lo que iba a suceder y leía casi precipitadamente
para alcanzar el momento en el que se enfrenta a los morlocks, pero no por
conocido he dejado de sufrir leyéndolo.
Intentando alejarme de esta visión, vuelvo a retomar lo que
ya pensé con Jules Verne: que lo que más me gusta de este tipo de novelas es la
capacidad que tienen sus autores para proyectarse hacia el futuro (en este caso
literalmente) y tratar de explicar avances tanto tecnológicos como, en este
caso, sociales. Wells reflexiona ante el progreso social de su época para
buscar posibilidades. Hubiera sido interesante si no hubiera saltado tantos
años en el tiempo y hubiera intentado imaginar nuestra sociedad actual, aunque
su visión fatalista de hacia dónde llevaba la evolución no creo que nos hubiese
dejado bien parados. No parece tener mucha confianza en el género humano, a
diferencia de Verne. Tal vez porque este último no tuvo tan en cuenta la
sociedad como la tecnología.
Poco más se puede decir de la novela sin caer en temas ya
tratados por especialistas. Un libro fácil de leer, sin las especificaciones y
digresiones que veíamos en Verne y que, por ello, sentimos más cercano a
nuestra propia época a ese personaje del Viajero a través del Tiempo.