Una historia sencilla y, hasta cierto punto, muy conocida.
Pero no es solo la historia de un triángulo amoroso o la de la amistad entre
dos jóvenes. Tiene un poso más profundo que, al final de la lectura, no sabes
si pretende ser conservador o rebelarse contra la situación en la que se
encuentran los protagonistas. Hasta qué punto son egoístas los unos o los
otros. ¿Fue adecuado hacer lo que se hizo o deberían haber seguido el mandado
oficial? ¿Han triunfado las corrientes liberales o la política gubernamental?
El trasfondo es la China maoísta con una sociedad de enormes
diferencias que son vistas a través de los ojos de un chico de ciudad,
acostumbrado a las corrientes más europeizantes. Durante toda la narración nos
va mostrando ese choque en el que parece decantarse por la innovación frente a
la tradición que, en un principio, llega a considerar los progresos
tecnológicos poco menos que magia.
Su lectura es rápida y el interés no se pierde en ningún
momento. Nos pasamos la novela temiendo por la integridad de los protagonistas.
Lo que se agrava con las “visiones” de uno de ellos y ese aire mágico añadido por
el cuervo que les vigila. Esperamos que en cualquier momento su ruptura de las
reglas les lleve a pagar por ello. Estamos en tensión. Pero el autor también se
permite introducir el humor e, incluso, disfruta con la malevolencia de sus
personajes, que más parece travesura de niño sometido. Así terminan haciendo
pagar al “abusón” que recibe su merecido por hacerles sufrir.
Muy recomendable su lectura que se hace fluida para, con el
marco de la China de Mao, contarnos la historia de un Pigmalión que no sale
bien.
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