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jueves, 18 de septiembre de 2014

Cuaderno de Bitácora: París día 2: Museo Cluny

Temprano, para no desaprovechar ni un solo minuto de nuestra estancia, nos despertamos y, después de planteado el día, bajamos a disfrutar de nuestro desayuno francés. Busqué los tan famosos croissant parisinos, pero sólo encontré a sus pequeños vástagos que lloraban mermelada en cada mordisco. No nos desanimamos por eso y salimos en busca de la estación de metro que sería nuestra referencia durante toda nuestra estancia, la estación de Cadet.

Para avanzar a veces tienes que retroceder. Después de consultar el plano del metro descubrimos que la forma más rápida para llegar a nuestro primer destino era ir en dirección contraria a como pensábamos. Línea 7 dirección La Courneuve hasta Gare de L’Est donde tomamos la 4 dirección Porte d’Orléans hasta la mismísima estación de Saint Michel.


Salir de la estación y encontrarnos con uno de los rincones más bonitos de la ciudad nos sorprendió. La plaza de Saint Michel.


Una figura de San Miguel luchando contra el diablo, obra de Francisque-Joseph Duret, a cuyos pies se encuentran dos ¿leones con cola y alas?, aunque en algunos lugares he leído que eran dragones. Juzgad vosotros mismos.


En nuestra anterior visita no habíamos llegado a esta coqueta fuente que volveríamos a ver un par de veces más a lo largo de nuestra estancia. Zona turística y comercial de souvenirs cercana a Notre Dame.

Pero ese no sería hoy nuestro destino, todavía no. Una de las visitas pendientes de mi anterior estancia fue ver el Musée National du Moyen âge, también llamado Musée Cluny por haber sido sede del hospicio de los abades de Cluny, situado en la plaza Paul Painlevé. Así que siguiendo la estela de un grupo de turistas jubilados precedidos de una guía llegamos a las puertas del museo.



Un cartelito junto a la entrada nos informaba de que la entrada al museo costaba 8€ para los adultos y de que para los menores de 18 años era gratis. Agradecidos por este detalle traspasamos las puertas a la Edad Media. Mi único pesar fue que, en principio, entendí que no podían hacerse fotos, así que decidí empaparme de toda la información que pudiese asimilar. Así comenzamos el recorrido hasta llegar al panel en el que se hablaba de la cerámica y cuál sería nuestra sorpresa cuando, entre nombres de lugares diversos encontramos el nombre de Muel en donde se alababa su cerámica. Una sonrisa de oreja a oreja se nos pintó en el rostro, como si hubiéramos visto a un viejo conocido donde no esperamos verlo. Desafortunadamente seguía respetando las normas y no pude hacer ninguna foto… zona romana con las termas, inscripciones… hasta que llegué al motivo principal de mi visita al museo: los tapices de La dama y el unicornio, del siglo XV. En una habitación oscura con una suave iluminación aparecieron ante mis ojos los tapices que representaban los cinco sentidos y el último: “À mon seul désir”. La sensación de estar delante de ellos fue indescriptible. Comencé a recordar lo leído en el libro de Tracy Chevalier y no pude evitar explicar a mi hija y mi marido las alegorías. Y en aquellos momentos alguien disparó una cámara junto a mí. Mi sorpresa fue mayúscula cuando el vigilante que había en la sala la miró y no dijo nada. Otra cámara más allá y el vigilante seguía sin decir nada. No me lo pensé dos veces. Quité el flash automático y me dejé llevar por la belleza de los tapices.






A partir de ese momento me dejé llevar disparando a discrección: las joyas del tesoro de Guarrazar,



los vitrales, el cuerno de unicornio... perdón, me he entusiasmado. Quise decir el cuerno de narval.




Incluso un olifante que siempre me hace recordar el Libro de Alexandre. Por supuesto tampoco desperdicié la oportunidad para fotografiar las armas, cota de mallas y todo lo referente a la panoplia guerrera para futuros relatos. Hasta llegar a una sala que me hizo lanzar una exclamación mal contenida. Fue como entrar en una pequeña catedral gótica en donde me demoré más de lo que mis acompañantes pudieron aguantarme. Desde aquí quiero agradecerles la paciencia que tienen conmigo cuando me entusiasmo de esta manera.




Y al salir al mundo moderno, después de pasar por la tienda de recuerdos, aún me quedaría una sorpresa esperándome, varias gárgolas asomándose a la calle vigilantes del tesoro que guardaban.






Alguna incluso parecía intentar ver más allá, tal vez tratando de comunicarse con sus hermanas de Notre Dame.


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