Sonidos alegres flotaban en la
noche estival. Canciones, risas, susurros e historias alrededor del campamento
itinerante. Dos niños se acercaron sigilosos para contemplar a los viajeros.
Todos los años pasaban por allí por las mismas fechas procedentes de lugares
lejanos y en dirección a quién sabe qué lugares maravillosos. Los aldeanos les
temían y prohibían a sus hijos acercarse.
—Practican la magia —les decían.
Pero esas palabras no hacían sino
despertar más aún la curiosidad de los pequeños. Y todos los años volvían a
escaparse para escuchar sus narraciones ocultos en la oscuridad y ver cómo las
imágenes flotaban en el aire.
La figura de un dragón plateado
se acercó a los pequeños, giró sobre sus cabezas y volvió a la hoguera de donde
procedía. El hombre que se encontraba de pie junto a ella sonrió en su
dirección y continuó con la historia mientras todos escuchaban atentos
envueltos por las imágenes del relato.
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