Los enormes peces giraban cada vez con más rapidez. Giraban y giraban, como llevaban haciéndolo eones. Y con cada giro nuevos mundos se formaban. Pero aquella vez sería especial. La energía producida por los peces estalló provocando un cambio en las condiciones del espacio. Y un mundo, que estaba llamado a conquistar a sus hermanos, surgió. Pero los peces no lo sabían y siguieron con su danza eterna produciendo nuevos planetas y nuevos sistemas solares. Pero aquel diminuto planeta comenzó a latir con vida propia. Y a expandirse y a contraerse.
Al cabo de millones de años sería llamado por sus habitantes Gaia y en él surgirían seres lo suficientemente inteligentes para viajar a otros planetas y convertirse en los tiranos que someterían al resto de los nacidos de la danza de los peces. Y olvidarían de dónde habían nacido y se autoproclamarían dioses.
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